viernes, enero 27, 2006

MILITARES PARANOICOS


SE LO HA GANADO SÁNCHEZ FERLOSIO

De unas primeras visitas a las bibliotecas (en el mero franquismo) recuerdo las fichas donde aparecía un Rafael Sánchez-Mazas Ferlosio, con guioncito, porque el hombre no saltó a la literatura a pecho descubierto sino apoyándose en su padre, Rafael Sánchez Mazas, de los fundadores de Falange Española y que fue fusilado por lo Legalidad Republicana de las postrimerías. Aunque salió con bien. Quizá porque el Ejército Legal Republicano se estaba desbandando hacia la frontera. Léase Soldados de Salamina.

A lo mejor este hombre, bien homenajeado y no mal escritor, sigue purgando los delitos familiares de fascismo y levantamiento, por lo que suele aprovechar para arrear a los ejércitos. Este fragmento que se copia aparece nada después de que el New York Times se lanzara con un bendito titular: Trogloditas militares en España, que es tanto como decir “Indios Bravos en la Casa Blanca”, o sea, un imposible.

Por una vez, por más que Trapisonda esté contra el método de añadir la crítica por partes al texto criticado, se obra así para evitar una crítica larga y espasmódica. Dios nos perdone. Sánchez Ferlosio no hace falta.

ESPAÑA COMO AMENAZA
(Tercera de ABC)
Rafael Sánchez Ferlosio. Premio Miguel de Cervantes

... Un ejército «burocratizado» —como es, por lo menos desde hace dos siglos, el ejército de todo Estado moderno— no tiene —o no puede o no debe tener— propiamente «misión», sino sólo «Función»...

ALGUNOS españoles estamos «dolorosamente hartos» de que algunos militares —o, a tenor de lo que ellos mismos aseguran, una notable parte del conjunto de sus compañeros—ejerzan el derecho de expresar su «malestar». Este curioso achaque del «malestar» se ha vuelto privativo de los militares hasta el punto de que ha perdido casi totalmente su inicial vaguedad, de manera que todos entendemos más o menos que se refiere a la pretensión de que ellos tienen en grado eminente una cosa especial que se llama «amor a la Patria». (veamos: aún está inédito el que se queja de que los militares creen ser los únicos que aman a España y que la ame a su vez. Quienes argumentan así no suelen conocer esa clase de amor. Y les da como rabia) Tal vez no sea así, pero tanto se les supone, que el general Félix Sanz Roldan, jefe del Estado Mayor de la Defensa, ha necesitado negarlo: «Tampoco vamos a pensar que somos los únicos depositarios del amor a España». Como quiera que sea, es esa pretensión de tener y sentir especialmente en sus entrañas el famoso «amor a la Patria» lo que les permite arrogarse, de modo privativo, el derecho al «malestar». Es de una arrogancia verdaderamente histriónica, de una cómica audacia literaria, eso de atribuirse la particularidad de una fibra nerviosa sensible a ciertos roces que les causan el llamado «malestar». (Se traduce: es histriónico sentir malestar, ya ante un ministro casquivano, ya ante las medidas de Zapatero frente al famoso Estatut, que, por cierto, sí es histriónico, desmedido y torpe, como las argumentaciones de D. Rafael).

Ha sido una distorsión perfectamente hipócrita la de no pocos diarios que han comentado el discurso del general Mena en términos de «¿es que ahora un teniente general no va a poder citar la Constitución?», porque si esa era, en efecto, la pura letra del discurso, hasta el menos afinado oído castellano entendía perfectamente que tal citación inequívocamente puesta en relación con un trance de política concreta hacía que el espíritu de esa misma letra no fuese otro que el de la amenaza; el que finja no haberlo entendido de este modo, o sea —en palabras de José Antonio Zarzalejos— como un «discurso militar conminatorio», está mintiendo, y no sabría explicar cómo, sin esa connotación conminatoria, el discurso habría podido alcanzar la resonancia que lo ha acompañado y prolongado. (Llamar a la alocución aburrida y poco emocionante del citado general un “discurso militar Conminatorio es no saber lo que es conminar. Ni conocer suficientes arengas verdaderas. Ignorarlas voluntariamente quizá).

Efecto de una acrisolada tradición militar nacional es el de que los españoles no hayan llegado todavía a acostumbrarse totalmente a oír la palabra «España», proferida por labios castrenses, sin una mayor o menor connotación de amenaza. (España resulta una amenaza si tal palabra la pronuncia un soldado que ha jurado defenderla y morir con ella en los labios) No digo yo que en ocasiones no responda a una hipersensibilizada paranoia, eventualmente injusta, pero siempre fundada en la experiencia general. (Además, ya ven, paranoicos los que dicen España y lo sienten en lo hondo) Lo expresa bien José Antonio Zarzalejos cuando, después de evocar los dos siglos de intervenciones y pronunciamientos militares, dice: «El destello histórico que ha producido tan nutrido cúmulo de precedentes procura una suerte de inquietud que es necesario aquietar del todo» (ABC, 22-1-06). (Pero, por dos veces, a España ha vuelto la monarquía gracias a los paranoicos y descontentos militares, ¿no?)

Unamuno —a quien sería imposible exonerar de un exacerbado patriotismo— escribía ya en 1906: «La patria, que debe ser la congregación de los españoles todos, paisanos y militares —éstos son junto a aquéllos una insignificante minoría—, podría acabar en no ser sino el Ejército, el cuerpo de los armados. Y desde ese momento el patriotismo estaría en peligro, en vías de muerte [...] En cuanto se haga a los militares especialistas en patriotismo —en patriotismo, que debe ser lo más general y más común de la Nación— el sentimiento patriótico empezaría a falsearse y debilitarse...» ¿Cómo no iba a suscitar rechazo ver a España una y otra vez desenvainada, enarbolada y esgrimida, amenazando emprenderla a españazo limpio contra los españoles que no satisficiesen el canon y el nivel de españolez exigidos por tales «especialistas en patriotismo»? (¿ y por qué tantos medios para proclamar la falta de “españolez” y tantas críticas para lo contrario?)

Cuando, hará unos treinta años, se suscitó —ya no recuerdo a santo de qué— aquella famosa cuestión de la «autonomía militar», como alguien lo rechazara con la expresión común de que sería «un Estado dentro del Estado», se me puso de pronto de relieve la peculiaridad de la institución militar: pensé que cualquier otra corporación o estamento profesional, económico, confesional, etcétera, que lograse una gran autonomía respecto del Estado podría caber en la noción de «Estado dentro del Estado», pero el ejército se saldría necesariamente de ella. La fuerza física, la violencia —cuyo uso legítimo es, según la definición de Max Weber, monopolio del Estado— es la última ratio de todo derecho y todo poder, de modo que mientras cualquier otra clase de «autonomía» tendría siempre por encima de sí la última ratio constrictiva de la fuerza física, o sea del Ejército, y por eso sería un Estado dentro del Estado, por el contrario, si el ejército mismo alcanzase igual autonomía, no tendría ya el Derecho ninguna última ratio por encima de ella, ninguna fuerza constrictiva capaz de reducirla.

Escribir en beneficio del poder y de la actualidad, como acaba de hacer Sánchez Ferlosio o es una actitud venal o es no comprender nada de lo que pasa. No se puede descalificar ciertos malestares –no sólo militares- y dejar de hacer una crítica serena de por qué suceden. La manipulación intelectual y vergonzosa de ciertos conceptos bien reales tiende, como todo en los medios de información, a falsear un hecho básico: A los Españoles no nos gusta que las camarillas dividan España. Desde luego, el concepto de España es más de los militares (y de todos los ciudadanos) que Zapatero y de don Rafael, que lo embiste sin reparar que el origen de ciertas legitimidades, sea la de la existencia de los Estados Unidos, sea la de la actual monarquía, se debe precisamente a “actos militares de oficio”.
El pensamiento, aún el de pago, ha de tener cierta coherencia y cierta proximidad con la verdad. Y el ABC,

El Rector 007.