sábado, enero 21, 2006

UNA BRUÑIDA SINTAXIS

ES QUE SE LO BUSCAN
La torre des Penjat
VICTORIANO ANGUERA
Diario Menorca.

Apoyándome en lo hermoso del camino y desvalijando a la vez misterios que ya son eco se hace paso a paso, bruñido, el alegre destino del andariego.

Por la estrecha senda que lleva a la cala, escueto de adornos el camino, parco en abalorios el predio, y dejándose torcer, según se mire, hacia la izquierda, el mar y las mareas atisbas, graznidos en derredor oyes, hostal la mar es, posada de atolondradas viajeras.

Fájamelos de a menos creo, más o menos tontos, que sobre lo ingrávido del aire revolotean a la espera de algún pez sobrio. Son las recurrentes golondrinas, las insaciables gaviotas, los patos que menudean y las gallinas que ponen.

Ya desde este punto os digo, y sólo estamos en el comienzo del sendero, la yerba es verde y fresca, y diversa que es, en pigmentos: ocre, ocre pardo, pardo verde y verde mudado.

Amante de equinos es, manceba según algún tratado; y de terneros, y de gallos, y de algún cabrío asilvestrado.

La torre, que no es junco justamente y ya desde la lejanía se manifiesta, es cónica, y alta, y brava, y se la persigue con la vista desde el trecho del británico.

Este baja a lo bajo, es decir, hasta el asfalto. Y da pie al excursionista para que inicie otro tramo. Camino de la cala es, así se llama el empedrado, que subiendo fatigoso enlaza con el camino de caballos/Atrás has dejado puerto, y bahía, y agujeros en la roca, refugio seguro de palomas calvas.

Es buena moza la roca, de mejor casa viene, cuna de truhanes roedores, y de gatos vieneses. Vale la pena una mirada, no seamos huraños en el corte, la peña nos da más de lo que se lleva.

En este punto, amigos, os notifico que la torre parece que divaga pensamientos con el tiempo, que permuta pláticas con las matas, que retórica de diputado es, lo que los muros callan desde decenios pasados.

Anda cabizbaja, se diría, en las tardes de tormenta; y espaldada a la isla vive según del mar se llega.
En la vigilia de. los tiempos, cuando vino el soldado inglés a hacer de centinela, éste trajo las piedras a golpe de espuela; exigencia que era de los tiempos viejos. Y la erigió en lo alto, por aquello dé ver en toda su amplitud al arco mediterráneo. Y es que los piratas eran, que duda ya, menesterosos en aquello de aligerar de riquezas a los isleños.

Fragua de herrero son los pechos, por lo mucho que se suda en el camino digo. Y qué decir de lo que ves: Cala Sant Es-teve, el camposanto, la batería de San Felipe, la parroquia, la Mola, el faro... y hasta algunas casas de San Luis y otras de Es Castell, atinas a ver, si no eres corto de vista y sabes orientarte de lo que ves.

Cuando hemos comprobado, alarmados, que necesitamos urgente mano de galeno, y acampamos nuestros callos entre rocas, tierra y algún molesto cardo, azuzamos a las muelas con un chupito de Xoriguer y un bocadillo de lo que sea.

Ventanas para espindargas descubrimos en la torre y boquetes de a mucho para largar cañonazos; y otras formas misteriosas, que no se sabe si eran ventanucos para brujas o simples ventisqueros para humo de fogones.

Y el mar, siempre el mar, con su brillo de alpaca, sus alforjas de agua, su color de alfalfa, o de paja. Y un pequeño islote, con el que sueñas, que guarda algún cofre repleto de doblones:

Ya en lo alto, en la almena, donde se gesten las leyendas, si en alguna piedra te sientas y te diriges, con crepitar de vértebras, a la derecha observas una finca con abundantes palmeras; y un mirador, y una terraza, y vigas nuevas, y butacas... que agradables deben ser, pienso, las madrugadas de enero. Y aspas de viento que hay, pero más a lo lejos, sobrinas seguro de aquellas otras de madera que coronaban los molinos del medioevo. Y el poblado de Trepucó, y Maó, y el ayuntamiento...

Los viernes por la mañana, más o menos a eso de las diez, suele pasar uno de cada tres, las olas amorfas que anidan en la cala, y que vienen de Sicilia, rasgan sus vestiduras y abroncan a las rocas con su estallido de hojalata. Y las montan, ya lo creo, como amante ocasional, en grupas de caliza que dan origen, a caprichos, a tantos acantilados venidos desde el confín del tiempo.

Que misterio no ha de ser que el agua mansa temple a tan dura forma

LA RAMILLETERA

ES QUE SE LO BUSCAN
La ramilletera

La mujer que conocí era suave y placentera, / y tanto celo sentí en aquel lugar florido, / cada día yo pasaba, pues ella fue la primera / y me embelesaba su cuerpo, frágil y esculpido.

Un día noté que se ensombrecía, algo afligida, / unas lágrimas suaves, como rocío mañanero, / se apagaron sus sonrisas y con un solo suspiro, / hermosa, con su ternura, su alma voló al cielo.

La di por muerta, blanquecina, acabada, /jamás yo había pasado por este triste desvío, / mas, marchita y desolada ella estaba / por primera vez la rocé con ternura de niño.

Se fue, sin saber jamás mi te quiero, / era tan exuberante en su puesto con su gallardía, / hasta se apagaron los azulados colores del cielo / al verla envuelta, tenue, sin vida.

Ya no podré contemplar aquella criatura morena, / que con su salero al público atraía.

Su vida acabada, con pesares de dulce quimera, / una rosa más en su puesto, que las miradas Atraía.

Dejé de visitar aquel puesto de bellas flores, / aprendí a desconectar los bellos coloridos, / me imaginaba siguiendo en silencio mis amores, / contemplando de lejos aquel puesto preferido.

Me siento triste, taciturno, abatido, desconsolado, / ya no tendré otro amor, hasta que muera, / me sentí por ella en silencio, enamorado, / que me llena su recuerdo, su gallardía hechicera, / para siempre serás mía, dulce ramilletera!

NINÍ SINTES
Alayor
Publicado en el benéfico Diario Menorca.